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CONCEPTO Y REFLEXIÓN. LA NARANJA MECÁNICA.

Por: Nancy C. Prieto Caballero.

Rompiendo con los estándares establecidos y en una época de revolución posmodernista como resultado de las distintas transformaciones culturales, artísticas, literarias e intelectuales, se estrenaba una cinta dispuesta a fragmentar las diferentes condiciones sociales y su decadencia.

 Era el año de 1971, cuando la película angloamericana “La Naranja Mecánica” (A Clockwork Orange) salía a la luz por primera vez, ante un mundo con sed de cambios. Producida, escrita y dirigida por el prestigioso cineasta Stanley Kubrick, quien se basa en la homónima novela del escritor inglés Anthony Burgess de 1962.

El título proviene de una expresión popular de Londres: “Tan raro como una naranja mecánica”, expresión tanto surrealista como denigrante, es decir, una maldad capaz de manipular al hombre y su naturaleza.

Considerada como una de las películas más controvertidas de la historia del cine, con temática ultra-violenta, con intensos toques de drama, y a la vez, un aire de sátira con dosis de humor negro, te envuelve en un remolino con alto grado de análisis práctico del comportamiento del ser humano, enfrentando una técnica fielmente definida por los psicólogos como la Conductista, así como sus escenarios de prueba reproducidos en panoramas llenas de delincuencia, caos social y sus conflictos.

            Tras casi ya sus 48 años, pareciera que el mecanismo de la naranja no ha parado, su atemporalidad y concepto central, la han convertido, en un legado de la meca, traspasando generaciones, y en las que se dibuja, la condición humana dominada por sus propios instintos violentos de someter, confusa en determinar quién es la víctima y quién es el verdugo: un mundo sumergido en el caos y enfermo al desbalance en los distintos círculos sociales.

            La historia se da en un tiempo y lugar indeterminado, salpicando algunas sospechas de que se trata tal vez, de algún lugar del Reino Unido, por los escenarios y el lenguaje utilizado en los bajos mundos londinenses, en un tiempo muy probablemente en los finales del siglo xx (por la visión un tanto futurista que maneja la dirección de cámaras), y en donde se sospechaba en aquella época, el inicio de la de decadencia humana.

Cuestionando el resultado de las guerras, los valores impuestos a la sociedad, el concepto de la familia y una juventud incomprendida, la trama, se identifica en un grupo de amigos liderada por un personaje conocido como Alex (interpretado por el actor británico Malcolm McMDowell, quien en ese entonces tenía 27 años) y sus drugos (término del lenguaje eslavo y ruso:  Nadsat, significa jerga juvenil, adolescente, amigo), cuyo comportamiento elude las leyes establecidas: robando, golpeando, violando y matando.

Sin embargo, el desarrollo de esta depravación da un giro de 180 grados, cuando por malos atinos a sus golpes, es capturado el jefe del grupo, ofreciéndose para condenar su deuda a la prisión, ser voluntario de un tratamiento de reordenación social: “Ludovico”, que tiene por objeto, a bases de pruebas psicológicas, sucumbir al sujeto con desagradable malestar y nauseas ante actos de violencia, convirtiéndose así, en la víctima de sus propios verdugos. Con ello, pasa de ser de una personalidad sínica, agresiva, eventualmente asesino, en paralelo con tintes filosóficos, amante de Beethoven y hambriento del mundo, hacia un camino correcto pero que finalmente, es impuesto por otros, dominado por las injusticias sociales.

            Aclamada por el público y la crítica, explora el análisis profundo del desafiante libre albedrío. Con ello, se refuerza el núcleo del filme, una introspección propia ante un supuesto proceso de civilización, en donde perdemos nuestra libertad como individuos, al quedar a la merced de una sociedad violenta, pero que, al escapar de las normas autoimpuestas por la misma, encontramos nuevamente nuestros instintos, nuestra maldad descontrolada:

“La sociedad ejerce una presión sobre el individuo imponiéndole la renuncia a los instintos”. Sigmund Freud.

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